Aniversario en El Salvador

El 2 de octubre de 2013, hace un año que llegué a El Salvador. Recuerdo como si fuese ayer la sensación de calor y humedad nada más bajar del avión, la gente metiendo sus maletas en la parte de atrás de un pick-up, la oscuridad de la carretera y lo que me sorprendió que el taxista no se llevase por delante a la gente que andaba por la allí en medio de esa oscuridad. Y de repente, la gran ciudad. De la oscuridad pasamos a las luces de las vallas publicitarias, los edificios, el tráfico, el ruido…

Ya hace un año de todo esto y parece que fue ayer. Durante este año he mantenido una relación amor-odio con el pulgarcito de América: me encantan sus paisajes, adoro a su gente y el clima es perfecto; sin embargo, no llevo nada bien la calma que se vive aquí, los tiempos y lo que tienes que pegarte con la gente para conseguir lo que quieres de forma más o menos rápida, lo pronto que se hace de noche y la falta de libertad para andar por la calle a cualquier hora.

Por eso, he tenido días mejores y días peores. Ha habido semanas duras, ha habido semanas muy divertidas, y ha habido semanas, sin más. “Con todo y eso” (como dicen aquí) este año estará siempre conmigo, ya forma parte de mi vida y lo recordaré siempre con mucho cariño. He tenido la inmensa suerte de conocer gente genial: compañeros de viaje, de casa, de trabajo y de vida que me han hecho el día a día mucho más fácil. También he conocido gente no tan genial, como en todas partes, que me ha ayudado a crecer como persona. A todos ellos, GRACIAS.

Pero no todo es mi estancia en El Salvador. Tras un año lejos de casa, descubres que echas de menos las cosas más “comunes”, esas que tienes en tu día a día y apenas valoras: ver una peli en el sofá con tu madre, actualizar un antivirus con tu padre, ver los Simpson con tu hermano, las llamadas telefónicas de tu hermana a la hora de la siesta, las comidas familiares, sacar a pasear a tu perro, las tapas con tus amigos, los desayunos en el bar de siempre después de salir de fiesta…y podría seguir hasta el infinito. Se echan de menos, vaya que sí, especialmente en los momento más difíciles. Pero siempre queda saber que vas a volver, que en unos meses volverás a tener todo eso, y que tu hogar siempre será “dulce hogar” aunque sea para un ratito, para unos meses antes de que, las circunstancias, te lleven a otro sitio.

Y entonces, mientras esté en mi dulce hogar, echaré de menos esto. Incluso la parte “odio” de la relación, aunque parezca mentira. Estoy segura de que cuando llegue a España me estresará el ritmo europeo y me quejaré de lo caros que son los taxis y de tener que ir en bus (algo que ahora hasta echo de menos!).

Pero supongo que así es la vida de los que decidimos no parar demasiado tiempo en el mismo sitio: echar de menos lo que dejas atrás, adaptarte a lo que estás viviendo, y no saber lo que conocerás en el futuro.