Entre el 18 y el 24 de diciembre he realizado el viaje más increíble de mi vida.
La historia empieza un lunes, tras 5 horas de autobús hasta Ciudad de Guatemala
con Soraya, donde nos espera Sandra para salir hacia el Petén. El Petén es una de las
mayores zonas Mayas del mundo, con una gran ciudad (El Mirador) llena de pirámides
y todo esto rodeado de kilómetros y kilómetros de selva. El pueblo más cercano está a
60 kilómetros, se llama Carmelitas. A El Mirador sólo puede llegarse de dos maneras:
en helicóptero o a pie.
Como somos unas valientes, decidimos contratar un tour para adentrarnos en la selva
y pasar 5 días aisladas de la civilización, acampando y a veces hasta compartiendo
tienda con arañas de colores vivos y grandes cuerpos, ratos de paseo con monos arañas
que si se cabrean arrancan ramitas de los árboles y te las tiran, y sobre todo, con muy
buena compañía. La verdad que echando la vista atrás, fuimos un grupo de 25 personas
bastante curioso: camuflados entre varios guatemaltecos podías encontrarte a tres
españolas, un francés, tres americanos…y de todas las edades (y cuando digo todas,
creedme que eran todas, que nos acompañaba hasta un abuelo de 78 años que se ha
hecho los 120 km sin quejarse ni una sola vez).
Podría contaros miles y miles de historias y buenos momentos del viaje, pero me quedo
con cuatro:
• Las inigualable atención recibida por toda la comunidad de Carmelitas, que se
encargan de cuidar de los turistas: tienen sus comedores en los campamentos
donde te dan comida que, si bien no es muy variada, está buenísima; la ayuda
para montar las tiendas, que tras ocho horas caminando se agradece muchísimo;
y las mulas que cargan tu mochila, que os podéis imaginar que hace las rutas
mucho más llevaderas.
• Las duchas tras las caminatas: resulta increíble llegar de las rutas y encontrarte
con que, por un euro, puedes meterte entre cuatro telas en medio de la selva y
echarte un cubo de agua por encima. OK, no os voy a negar que es agua fría,
generalmente tomada de lagunas, con sus insectos, su tonito marrón…pero
nunca me había sentado tan bien una ducha.
• Las caminatas por la selva cantando canciones de todo tipo, con cada miembro
del grupo aportando lo que buenamente puede. Esto se convierte en algo mucho
más especial si tienes la suerte (y la tuvimos) de que haya gente en tu grupo que
cante espectacularmente bien.
• Ver el amanecer desde la parte de arriba de una pirámide Maya (el Tigre),
rodeados de kilómetros de árboles (infinitos, allá donde mirases, todo era
árboles) en silencio, disfrutando de un momento irrepetible.
Y de toda esta historia me llevo una reflexión: no necesitamos, ni de lejos, todas las
comodidades que tenemos en nuestras grandes ciudades. He sido inmensamente feliz
durante 5 días a base de arroz, frijoles, huevo y tortillas, sin agua caliente, durmiendo
bajo una tienda de campaña, sin móvil, sin Internet, sin espejos y sin civilización. Y
me ha quedado tan claro que nos creamos nuestras propias necesidades, que cuando
volvíamos en el autobús mi único pensamiento era las ganas de volver a meterme en la
selva una temporadita, y la pereza que me daba volver a la civilización, a las ciudades,
el tráfico, los coches, el ruido…
Ah! y la decisión de que en mi próxima vida seré mono araña en libertad. Porque sencillamente no existe nada mejor en la Pachamama.
Sé que a muchos de vosotros os habría encantado compartir este viaje conmigo. No
pudo ser, pero os dejo unas cuantas fotos para que os imagines un poco lo que ha sido.
Enjoy 😉